El primero de los puntos de la declaración de Davos de 2018 cita expresamente que “la cultura permite e impulsa la sostenibilidad económica, social y medioambiental. Le da forma a nuestra identidad y define nuestra herencia. Por consiguiente, la cultura debe ocupar un lugar central en las políticas de desarrollo y conviene destacar su contribución en la búsqueda del bien común. No puede haber desarrollo democrático, pacífico y sostenible si la cultura no es su núcleo.” (Davos, 2018)
El patrimonio cultural mejora nuestra sensación con el espacio habitado, permitiendo que la gente se identifique con su espacio vital. Promueve una sociedad inclusiva y cohesiva y fomenta la concienciación ciudadana. La manera en la que protejamos nuestro patrimonio se tornara crucial para el desarrollo de un entorno de alta calidad. Entornos como los que forman los conjuntos históricos de nuestra región, y más concretamente, el de Cehegín.
Pasear por el casco histórico de Cehegín, a menudo, se convierte en una experiencia fascinantemente contradictoria, trágica y tremendamente gratificante, tanto para los cientos de turistas que vienen a visitar nuestro pueblo, como para los propios vecinos. Trágica porque vemos un entorno a la deriva entre el olvido y la falta de mantenimiento, entre cornisas languidecientes y muros desmigajados. Grato, porque sin ser de una gran extensión, al pasear por su estrechas e inclinadas calles, quedamos sorprendidos cada día por un “nuevo y desconocido” rincón que te atrapa, una perspectiva que te invade, un punto de fuga que te libera. El olor de la quietud, la tranquilidad, la calma. El sonido a madera cortada, a humo de chimenea, a brisa humedecida.
Calles que, a cada paso, quedan conformadas por pequeñas edificaciones de corte humilde, compuestas en su mayoría por tierra apisonada y mampuesto. Configuradas mediante limitados huecos, entre las cuales, en determinados puntos, se disponen otras edificaciones, las menos, de mayor envergadura con apellido de protegido.
Casonas, escudos nobiliarios, iglesias y plazas, ponen el acento y subrayan a un todo, de inmuebles humildes, del que no se podrían desprender, al menos no por su bien y por el de todos los cehegineros.
Es por esta causa, y obviamente motivado por la atracción que siento hacia el que es mi pueblo natal, por lo que me lanzo a desarrollar estas líneas que formarán parte de un futuro manual,catalogo o libro, ya veremos. Porque, creo, la belleza reside en el conjunto y es un sentimiento profundo e intenso que tiene que ver con la compresión y la capacidad de compartir los valores.
Hay que reivindicar la necesidad de mantener y rehabilitar nuestro entorno, sin él, nuestra identidad terminará por desaparecer. Interviniendo desde el sentido común y el conocimiento que nos impida morir en el olvido. Rehabilitar implica responsabilidad medioambiental, económica, social, una correcta relación medio y fines. Debemos ser precisos a la hora de intervenir en nuestro patrimonio, de lo contrario, el tiempo, ese que todo lo vale y todo lo cura, también nos devolverá a la realidad, a nosotros y a nuestro entorno.
El tiempo apremia y actuar con premura, cuanto antes, será la mejor opción. Debemos formarnos y estar preparados para acometer los trabajos oportunos, pues es muy difícil ver sin saber qué es lo que hay que mirar.
Creo firmemente que, el tiempo y el buen hacer, unido al compromiso, van a ser las claves del mantenimiento y conservación de nuestro patrimonio.
Tiempo para hacerlo en el momento adecuado, para hacerlo cuando corresponde y para hacerlo antes de que vaya a más. Tiempo para que una lesión leve no degenere en una grave y tiempo para que una lesión grave no termine en ruina.
Y buen hacer para utilizar los materiales adecuados, en el lugar adecuado, con el proceso constructivo adecuado, de la manera adecuada.
Porque de lo contrario, no llegaremos a tiempo, quizás escondamos la desazón o la agonía de nuestro entorno, incluso retendremos un poco el cronometro, pero de seguro volverá y con mayor gravedad y mayor premura.
Y entonces, volveremos al tiempo, y al buen hacer. Y el final ya lo conocemos porque hemos visto muchos inmuebles marchitarse.
Y es que, como dice Machado, “el tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde”. Actuar en consecuencia debe ser responsabilidad nuestra.