En realidad, este post no trata sobre, lo que muchos pueden pensar, la primera toma de contacto en la que entablan conversación dos personas, en este caso cliente y arquitecto. Este post quiere reflejar los verdaderos minutos importantes entre ambos, ese encuentro en el que por primera vez el arquitecto se expone ante el tribunal formado por el cliente, familiares y amigos del mismo y, donde, en poco tiempo, tiene que ser capaz de transmitir sus ideas haciendo que coincidan con las del resto de la habitación allí presente sin que, por supuesto, nada tengan que ver unas con las otras (al menos en nuestro caso). Esos son los minutos que de verdad cuentan y no parece fácil.
Decidí escribir este artículo ahora que somos inocentes y valientes ignorantes de esta profesión por si, como mucha gente advierte, en unos días, meses o años nos hemos infectado con el virus del que únicamente trabaja con la idea de vivir y se olvida de disfrutar. Nosotros, que aun la conservamos y nos resistimos a perderla, nos enfrentamos a cada proyecto con la ilusión del recién nacido que ve en cada objeto una liana a la que agarrarse y explorar el mundo.
Esa inocencia es la que nos empuja a, tras las primeras reuniones con los clientes, desarrollar propuestas que nada tienen que ver con lo que esperaban pero que, por supuesto, entendemos que son infinitamente mejores por criterios, siempre arquitectónicos, que no caben aquí mencionar. El resultado de esta experiencia es tremendamente gratificante, siempre que sale bien, y hace florecer en los clientes una mezcla de sensaciones entre “QUE ESTAS HACIENDO” y “ES JUSTO LO QUE ESTÁBAMOS BUSCANDO”.
Todo empieza con un buenos días, o su homologo a partir de las 12pm, tras el que viene una escueta presentación que advierte nuestra intención. En este punto la cara de los clientes es de alegría, esa que se muestra en el brillo de los ojos y en una leve sonrisa dibujada en la cara difícil de disimular. Se abren los planos, se explica el proyecto y se matiza cada decisión con fundadas observaciones que hacen, al menos de manera momentánea, desvanecer la sonrisa y secar el brillo de los ojos, manteniéndose en un estado de perturbada calma, expectantes, no se parece tango al encargo que tenían en mente. Al final, la conclusión y la tan esperada imagen virtual como colofón a una exposición que es un enigma. Se hace el silencio.
Lo vivido después es difícil expresarlo en un medio como este. La ilusión del que por primera vez ve sus sueños más cerca y no puede reprimir el impulso indisoluble de las comisuras ascendiendo por sus mejillas. Las confesiones a los días, tras la digestión, son muy reveladoras, rompimos un sueño para acercarlo a la realidad. El boceto que el cliente trajo el primer día en nada queda. Ahora se convive entre la desorientación y la ilusión de lo real.
Siento no poder hoy ser más explícito, pero la única manera para saber de qué hablo es vivirlo, es sentirlo. Y quien somos nosotros para obviar esta sensación y hacer caso a quienes pretenden que demos, tan solo, papel por ilusiones.